martes, 24 de mayo de 2011

La famosa crisis: un pensamiento un poco más allá

NOTA: Este texto es laaaaaargo... el próximo será más resumido (creo)


Se habla mucho de crisis estos días. Crisis del sistema financiero, crisis económica, crisis de las instituciones políticas, crisis de los valores (los occidentales, o valores en general), crisis mundial del capitalismo, etcétera.

Aunque, como se ve por los diferentes nombres, parece que hay más de una crisis en marcha, al final sólo se habla de una: de LA CRISIS, sin adjetivos.

En el imaginario popular, esta "LA CRISIS" es la culpable de todo lo malo que pasa, del paro a la obesidad, y los políticos son a su vez los culpables de permitir que "la crisis" haya ocurrido, culpables de no haberla predicho, culpables de haberla causado, culpables de haberse beneficiado de ella, culpables de no haber acabado ya con ella, culpables de habernos mentido sobre ella, etcétera, dependiendo de qué parte de "la crisis" estemos iluminando en ese momento.

Visto lo visto, o bien tenemos una única crisis que es como una hidra de muchas cabezas, o bien tenemos la mala suerte de estar sufriendo a la vez varias crisis independientes entre sí.

Descartemos la teoría de la conjunción planetaria, por altamente improbable. Entonces tenemos que asumir que hay algún tipo de relación entre todas estas crisis (o más bien que todas son aspectos de una misma crisis).

La pregunta inevitable es ¿cuál es el origen de todo esto?

Se han dado multitud de explicaciones, pero ninguna ha sido lo bastante buena como para que en la propia explicación se intuyera la salida al problema. Por ello pienso yo que estas explicaciones sólo lo son en parte, y no aciertan en el problema de base.

Por ejemplo, la burbuja inmobiliaria ¿Estamos dispuestos a creernos que todo esta situación ha surgido porque el precio de la vivienda ha dejado de subir? ¿Es que acaso nadie previó que no podía ser de otra manera? ¿O es que estaríamos mejor si el precio de la vivienda siguiera subiendo hasta el infinito? La respuesta no puede estar únicamente en el ladrillo.

O los bancos ¿Estamos dispuestos a creernos que todo esto ha surgido porque los bancos han tenido una "mala época"?

Esto no es la Gran Depresión. En realidad los bancos han ganado dinero, antes, y durante. Como empresas, no han sufrido pérdida alguna. Sí que han tenido un "pequeño problema de liquidez", que no es más que un pequeño problema logístico: la gente pedía préstamos a mayor ritmo que el banco cobraba por ellos, por lo que las reservas de dinero contante y sonante se iban reduciendo cada vez más, pese a que al banco le iba mejor que nunca. Por supuesto esto al principio no era un problema: bancos ayudan a bancos, y qué mejor cliente para un préstamo que un banco que no tiene líquido ahora mismo pero tiene como aval a millones de clientes que le tienen que pagar un montón de dinero.

Por supuesto, esta brillante solución admite que se escale a más niveles, por lo que, en los años de aparente bonanza y prosperidad económica, todo el mundo estaba convencido de que todo le iba de perlas, porque todo el mundo tenía a un montón de gente que les debía un montón de dinero, y mientras ese dinero terminaba de llegar, siempre había alguien detrás que les prestaba el dinero para ir tirando.

No hace falta ser excesivamente inteligente para ver el error fatal de la argumentación anterior. No todo el mundo podía estar "cubierto". Forzosamente, la pirámide tenía una cúspide y el que estaba en esa cúspide tenía todo su dinero prestado a los demás, pero nadie le podía prestar a él.

Así que, un buen día, el señor de la cúspide negó su primer préstamo a un banco. Por la sencilla razón de que era inmensamente rico si tenía en cuenta el dinero que le iba a llegar en el futuro inmediato pero inmensamente pobre teniendo en cuenta que el dinero que de verdad había en la caja. No había nada porque el dinero estaba fuera, prestado, rindiendo intereses, y volvería pronto aumentado, pero ahora mismo habían prestado hasta el último céntimo.

Así que este banco se fue sin su préstamo, con lo que no pudo conceder nuevos préstamos a sus clientes. Y así sucesivamente. No han perdido ni un euro, pero no pueden dar nuevos préstamos hasta que cobren por los antiguos. Sobre los impagos, no hay problema: ya vendieron las deudas peligrosas a grupos de inversores mal asesorados por todo el mundo.

En realidad a los bancos no les ha ido mal: al contrario, les ha ido demasiado bien. Les ha ido tan bien que han vendido todo el pescado, y ya no les queda más, el problema no es para ellos, sino para la gente de la cola que se ha quedado sin pescado. Y eso tampoco debería ser un problema si la gente hubiera tomado previsiones, porque siempre puede pasar que vayas a la pescadería y se haya acabado el género.

Pero por algún motivo, esto no se tomaron previsiones. Nos encontramos con que no queda pescado, con que no tenemos latas de atún en casa y encima ya no nos da tiempo de ir a la carnicería antes de que cierren.

Desde el punto de vista del banco no hay problema, excepto que quizá se lamentan de no tener más reservas para seguir prestando para ganar aún más dinero. Desde el punto de vista de una sociedad que se ha convertido en totalmente dependiente de estos préstamos, es una catástrofe.

Para el particular, que no te concedan un préstamo para comprar un piso puede ser una putada, pero no por eso se acaba el mundo. Puede seguir viviendo donde quiera que estuviera viviendo hasta ese momento. Desde el punto de vista de la administración y la empresa es mucho peor. Muchísimo peor. Porque ya se han gastado todo el dinero, incluido con el que van a pagar a proveedores y empleados, con la seguridad de que los bancos le prestarían. Suponiendo que son buenos gestores, el dinero se lo han gastado en crecer, con lo que devolverán el préstamo con intereses y aún así habrán ganado dinero.

Así que, en principio, la decisión parecía buena. Como todas las tomadas por todas las partes. Entonces ¿por que si todo el mundo ha actuado correctamente y con lógica, ahora se va todo al carajo?

Esa pregunta es la quiero contestar. Hecho el resumen de lo que todos sabemos, paso a permitirme un poquito de especulación.

Hay algo que va mal. La mayoría lo sentimos, lo intuimos, pero no sabemos precisar exactamente qué es. Sabemos que hay un fallo estructural grave en alguna parte, pero no acertamos a encontrar donde está. Y como no sabemos donde está, no sabemos como ponerle remedio.

¿Es por los préstamos en sí? ¿Hay algo intrínsicamente malo en ellos? En principio parece que no. Si yo necesito cierta cantidad y tú estás dispuesto a prestármela a cambio de unos intereses justos, los dos salimos beneficiados.

Por ejemplo, un particular que se compra un coche. Su justificación es obvia: sin el préstamo, tengo que ahorrar un año para poder pagar el coche al contado, y mientras tanto, no tengo coche. Con el préstamo, tengo el coche desde ya, y (a no ser que sea un cabeza loca) la ganancia por tener el coche ahora en vez de dentro de un año es superior a la pérdida que me suponen los intereses.

Pongamos pues que no soy un particular, sino un gobierno o ayuntamiento. ¿Por qué iba yo a querer un préstamo? Pues está bastante claro: los votantes me van a juzgar, no por mi gestión, sino por los resultados tangibles que vean realizados dentro de mi mandato. ¿Qué la gente quiere un parque, un hospital, un aeropuerto, más plazas de aparcamiento y mobiliario urbano nuevo? Bien, tenemos tres opciones: 1) convencerles para que sigan votándome dos legislaturas más en las que no haremos nada excepto ir acumulando el dinero de los impuestos hasta que nos llegue para hacer todo esto, 2) subir los impuestos, o 3) pedir un préstamo.

Pongamos que soy un dirigente cabal y les digo que la opción más segura es la primera. Quizá podría convencer a la gente de que la espera vale la pena, o podría mostrarles que sus peticiones no son tan razonables como parecían a primera vista, pero el problema está en que el líder de la oposición les está convenciendo de que si él mandara, podría conseguir todo lo que piden, en sólo un año y sin subir los impuestos. ¿Cómo? Está bastante claro que es con la tercera opción. Así que no hay lugar para la primera opción ni para la segunda: se pide el préstamo y se realizan las obras. Para que lo haga el otro lo hago yo. Y la gente, encantada de ver lo bien que se gestiona su dinero y las muchas cosas que se pueden hacer con él.

Por supuesto, eso eleva el listón de lo que se puede conseguir en una candidatura, por lo que ya no hay marcha atrás. Nadie va a querer hacer menos que su predecesor, así que se siguen pidiendo préstamos, cada vez mayores y la deuda sube. Al final, es inconcebible concebir la gestión política sin préstamos, sin endeudarse. Ninguna candidatura se dedica a el pago de la deuda, todas se dedican en cambio, a seguir endeudándose.

Esto tiene un par de problemas. Uno, ya lo hemos visto: el dinero no es infinito y los préstamos tampoco. El segundo, más sutil, es que tu acreedor se acaba convirtiendo en tu dueño: "Sí, yo te seguiría prestando dinero, por supuesto, pero me gustaría que hicieras algo con esa absurda ley x que me impide hacer y, lo cual tiene como consecuencia que no pueda ganar ese dinero que podría prestarte..."

¿Vendidos a la banca? Por supuesto. Pero ¿sólo por su culpa? No seamos tan canallas de escurrir ahora todos el bulto y usar a los políticos como chivos expiatorios, puesto que también nosotros les hemos empujado a ello, unos a sabiendas y otros desde la ignorancia, lo cual para mí tampoco es una disculpa. Los políticos tienen su culpa, una gran culpa, son un puñado de mentirosos y de arribistas, desde luego, pero ¿por qué demonios, cuando les hemos votado, hemos valorado más el que prometieran impuestos bajos y al mismo tiempo obras enormes, que el que redujeran el índice de endeudamiento?

Pues porque hemos cometido el mismo error que ellos: pensar que los préstamos eran infinitos, que siempre va a aparecer un inversor nuevo dispuesto a darnos dinero para poder pagar nuestros castillos en el aire y de paso pagar al anterior inversor. Era tan obvio que ni siquiera pensamos dos veces en ello Era tan obvio que resultó ser falso.

Ahora los que nos han prestado la última remesa de dinero no se contentan con esperar pacientemente a que éste sea devuelto cuando se pueda. No, porque saben que detrás de ellos ya no hay nadie más. No hay más inversores, ellos son los últimos. Si quieren cobrar, tienen que conseguir que su deudor genere la suficiente cantidad de dinero para poder pagarles, y eso supone acumular el dinero y no gastarlo. En otras palabras: recortes. Y este acreedor se asegurará de que el país hace justamente eso, recortar gastos y aumentar los ingresos, justo lo contrario de lo que se ha venido haciendo hasta ese momento. Y eso es la crisis económica, y no es más que eso.

Tampoco con esto he explicado nada que no se hubiera explicado antes. Pero vayamos un paso más allá. ¿Qué es lo que hace que los votantes estén tan ansiosos de que sus administradores inviertan todo lo que tienen y hasta lo que no tienen en estas infraestructuras, estas obras, estos proyectos? ¿La necesidad perentoria de los mismos? Yo creo que no.

Un ejemplo ¿Necesitamos más hospitales? Pues depende: ¿ha aumentado la población, o esta población está ahora más enferma que antes? Si la respuesta es no, entonces ¿por qué pensamos que los necesitamos? Pues porque estamos ACOSTUMBRADOS a pensar que lo necesitamos. Estamos acostumbrados al CRECIMIENTO. Nadie nos ha educado para vivir en un mundo que no crece. La población SIEMPRE ha aumentado, la renta siempre ha aumentado, las necesidades siempre han aumentado, y la propia definición de lo que se considera necesidad, también.

Por eso no hay un partido político cuyo programa sea: "Mi plan es no hacer nada durante 4 años, lo cual permitirá que acumulemos el dinero suficiente para poder pagar el 70% de nuestra deuda". Si lo hubiera, lo votaría, desde luego. Y me parece que sería el único votante que tendría.

¿Qué debería ocurrir en una sociedad estancada, en una sociedad que no está creciendo, al fin y al cabo, la nuestra? Pues la lógica nos dice que si ya se tenían suficientes hospitales, no habría necesidad de construir más, al menos hasta que alguno se quedara muy viejo y hubiera que sustituirlo. Y lo mismo que para los hospitales, para todo lo demás. No habría necesidad de más escuelas, más ejército o más bares, excepto para sustituir lo que se fuera desgastando.

Pero la triste realidad es que no sabemos vivir así. Nos educan desde niños para que, cuando seamos mayores, seamos trabajadores de unas empresas que están creciendo y por eso necesitan más gente, o para que nosotros mismos fundemos una que suplirá las carencias y nuevas necesidades de una población en crecimiento, en número y en necesidades. Pero ¿qué pasa si no se crece, y ya están todos los puestos necesarios cubiertos, y todas las empresas necesarias creadas? Pues lo que pasa es lo que vemos hoy en día: crisis galopante y paro, sobre todo entre los más jóvenes, que ven que no se han generado los huecos para ellos en los que antes tradicionalmente encajaban.

La población mundial sigue aumentando, pero no lo hace homogéneamente. En Europa prácticamente ya no se crece, y en algunos países incluso hay leves descensos. Pero no todos los que no crecen están en crisis. Los más fuertes han conseguido evitar lo peor gracias a que están EXPORTANDO a unas poblaciones que sí están creciendo: los nuevos países desarrollados, con China como claro ejemplo. Así, considerados en su conjunto el país exportador y el importador, la suma de ambos sí que sigue creciendo. Los que no sabíais que era la globalización, ahora ya lo sabéis. Sin embargo, los países no exportadores, como el Reino de España, son los que están recibiendo el peor castigo.

Otros países que no crecen pero han salido de la crisis son los países acreedores (no todos iban a ser deudores). Estos se limitan a cobrar los intereses de los préstamos que hicieron en el pasado, y su única preocupación es asegurarse de que sus deudores no se gastan el dinero en tonterías (que desde su punto de vista, es cualquier cosa que no sea acumular el dinero suficiente para pagarles).

También se puede crecer "hacia dentro". Es lo que se llama "hallar nuevos nichos de mercado". A los defensores de esta estrategia se les reconoce enseguida porque no paran de usar la palabra "sinergia", o incluso su inexistente plural ("sinergias"), en cada ocasión posible, venga o no venga a cuento y sin tener ni la más mínima idea del significado de la palabra en cuestión. Es lo que se ha hecho sobre todo desde los años 80 del siglo pasado, hasta principios del actual, encontrar cualquier tipo de resquicio donde se pudiera acomodar una empresa. Se han creado necesidades y se han añadido intermediarios. Se han creado versiones de todos los producto para todos los mercados. Sin embargo esto también tiene un límite: los consumidores no tienen dinero infinito.

Para ilustrar esto, un ejemplo sacado de mi experiencia personal: Me llaman al teléfono fijo, llamado así no porque no se mueva, sino porque cuando te llaman ahí, fijo que es para venderte algo. Como no: Una empresa de seguros ofreciéndome un interesantísimo seguro por defunción que cubrirá todos los gastos del sepelio si pasara aquello que acabará pasando tarde o temprano, pero que esperamos que se sea tarde (y casi lo desea más la empresa de seguros que yo). Y lo curioso del caso es que es una BUENA oferta. Pero no puedo decirles que sí. A pesar de que son sólo x euros, y de que la vendedora me lo traduce amablemente en los cafés al mes que me supondría, no puedo asumirlo. No, porque tengo ya la luz, el agua, el gas, la hipoteca, el préstamo personal, la comida, la ropa, la ONG, el pack internet-televisión-teléfono, el móvil, las suscripciones a un par de revistas, libros, viajes, impuestos, reparaciones, escalera, gimnasio, higiene personal, limpieza de la casa, ocio, vacaciones, música, cine, plan de pensiones y 8 seguros más de todas las temáticas imaginables. Y tengo que agradecer aún que ni tengo hijos ni, sobre todo, tengo coche. Mi vida es feliz, mis necesidades, incluso las artificiales, están cubiertas, pero no tengo ya más dinero para gastar. Estoy en el límite.

Llegados a ese punto de saturación, aunque se localicen nuevos nichos de mercado ya no sirve de nada, puesto que la capacidad del consumidor para, bueno, consumir, es limitada.

Pero, al fin y al cabo, esto tenía que pasar. Al igual que los préstamos no son infinitos, el crecimiento tampoco es infinito, y tiene que haber un punto en que la población mundial en su conjunto deje de aumentar. Nadie sabe cuando pasará eso, pero sabemos que pasará. No sabemos en qué número se estabilizará, ni cual será el nivel de vida medio, ni como estará distribuida la población, ni como habremos dejado al planeta mientras tanto, pero en algún momento se dejará de crecer.

Está bastante claro que ahora mismo no estamos preparados para este cambio. Pero va a ser mejor que empecemos a considerar cómo nos la vamos a apañar en este mundo futuro que es absolutamente inevitable. Porque, según creo, esta crisis no es sino un pequeño aperitivo de lo que está por llegar.

En un mundo con crecimiento cero, no se pueden ligar productividad e ingresos, por que la productividad deja de ser una prioridad en un mundo que ya está, por decirlo de alguna manera, en equilibrio, un mundo ya "terminado". Forzosamente la riqueza se deberá redistribuir. Ahora mismo los propietarios de los medios de producción pueden aumentar sus ganancias al mismo tiempo que reparten las migajas entre sus trabajadores, dueños únicamente de su fuerza de trabajo. Pero en el futuro, no habrá "migajas" que repartir. El único dinero a repartir será el que la gente realmente posea, y los desposeídos mirarán con recelo a los afortunados, con el mismo recelo que los afortunados mirarán a los desposeídos. No es que vayan a haber (necesariamente) hambrunas, guerras y mortandad, pero el estado de equilibrio significará que los desposeídos no tendrán ya ninguna oportunidad de dejar de serlo, muchos viviendo no de su trabajo si no de la caridad del estado. Los que trabajen, no podrán trabajar más para ganar más dinero, pues no habrá más trabajo que hacer. No podrán fundar más empresas, pues no hay sitio para más empresas en uste mundo saturado. Si no se hace nada, el rico será rico y el pobre será pobre hasta el fin de los tiempos, y esa situación no será tolerada por la mayoría pobre. La riqueza se deberá redistribuir, o de lo contrario sí que habrá revueltas y anarquía. Por supuesto, los que afortunados no lo van a poner fácil a esta redistribución. Puede ser algo violento o civilizado, pero sin duda no será del agrado de todos. Viviremos en un planeta dominado por falta de ilusiones, la envidia y la desesperación, y eso si lo gestionamos bien. Si lo gestionamos mal, tendremos un futuro dominado por la violencia, el egoísmo, la explotación, la miseria y la muerte.

Los horrores del crecimiento cero son tales que la única alternativa que se ha dibujado hasta ahora es la del crecimiento perpetuo, evitar el desastre hasta que ya no se pueda más. Con un poco de suerte el desastre lo vivirán otros, nuestros hijos posiblemente. La manera de enfrentarnos a este problema hasta ahora ha sido negarlo. "No existe ningún problema, siempre creceremos... porque... hasta ahora siempre hemos crecido, ¿no? ¿Qué más pruebas quieres?"

Pruebas. ¿Qué pruebas se necesitan para demostrar ante cualquiera la irracionalidad de este argumento? Es como intentar probar que soy inmortal porque hasta ahora nunca me he muerto.

Ahora, tras haber expuesto la gravedad de la amenaza, el discurso político habitual os ha acostumbrado a que ahora llega la parte en la que os describo la solución mágica que evitaría que esta amenaza se materializase, tras lo cual empezáis a adorarme y a considerarme vuestro líder indiscutible.

Pero sintiéndolo mucho, no la hay. No veo la solución. No se me ocurre nada y eso que me tengo por una persona bastante ocurrente. El mundo del crecimiento cero llegará y será malo, y no veo manera alguna de evitarlo. Dolerá. No nos va a gustar. Y es inevitable. La única duda que hay es si lo presenciaremos nosotros o nuestros descendientes.

Francamente, lo único que se me ocurre es que no lo empeoremos aún más: no añadamos más cosas malas a un futuro que va a ser malo de por sí. No destruyamos el planeta. No lo llenemos todo de humanos y de los desechos de la humanidad. O lo único que veremos cuando miremos a nuestro alrededor será al causante de nuestra debacle, o sea, a nosotros y a nuestras obras. En un mundo sin expectativas, tendremos que volver a apreciar las cosas sencillas, así que, por precaución, no aniquilemos totalmente esas cosas sencillas. No acabemos con el resto de la vida, ni con las cosas bellas que el mundo ofrece (¡gratis!) a quien quiera apreciarlas.

No explotemos el planeta hasta el último vatio, hasta el último barril y hasta la última parcela, o no tendremos tampoco margen de maniobra si a alguien más listo que yo se le ocurre la manera de evitar este gris destino. Sería muy triste que a alguien se le ocurriera la solución cuando el mundo, ya desesperado, ha quemado hasta la última de sus naves, y por tanto la solución no puede ya materializarse.

Lo que está claro es que el impacto será menor si dejamos de crecer por las buenas (si lo elegimos nosotros) que si lo hacemos por las malas (porque ya no habrá más remedio). Así que habrá que empezar a pensar en ello. Por desagradable que resulte.

Ya están surgiendo multitud de movimientos que apuntan en una dirección parecida. Los "caracoles" abogan por un estilo de vida más "sosegado", los neomalthusianos abogan por un crecimiento demográfico cero o negativo, y el propio paradigma del crecimiento económico está también siendo cuestionado, no sólo por un puñado de abrazaárboles (que es como llaman a los ecologistas los neocons) como hasta no hace mucho, sino también por economistas serios que se preguntan que pasará dentro de unos años si el ser humano no encuentra un método infalible para crecer perpetuamente.

Sin embargo, todos estos movimientos parecen dar por hecho de que esto de la economía es como un estilo de vida, que cada cual escoge el que quiere, pero la realidad es que no es así. Si queremos parar el mundo, no podemos pararlo por partes. Yo no puedo cultivar mi huerto autosuficiente si el resto de la sociedad no está de acuerdo en que ese huerto es para mí. Mientras una parte de él se empeñe en seguir la ruta del crecimiento, obligará a los demás a seguirla también. Sólo se puede parar el mundo si nos ponemos todos de acuerdo. Y precisamente por ello soy tan negativo con respecto a las posibilidades reales de que algo así suceda por iniciativa humana.

El crecimiento cero llegará, y hay dos maneras de enfocarlo. Si elegimos nosotros el momento y la manera, lo podemos hacer bajo las condiciones que veamos mejores para nuestra propia felicidad y realización personal. Si en cambio lo dejamos correr hasta que la propia naturaleza (a través de la competencia por los recursos elementales) nos regule, el canibalismo generalizado será el menor de nuestros problemas.

O al menos, así lo veo yo.

1 comentario:

mar dijo...

Motivos para estar indignados, tenemos.
Todos los valores en que nos educaron se han colapsado: LA JUSTICIA ¿Dónde está?. LA LIBERTAD, esa de la que todo el mundo habla pero nadie conoce, esa que ha ido paulatinamente desapareciendo tras la máscara de lo políticamente correcto hasta convertirse en una palabra vacía. EL RESPETO A LOS DEMÁS Y AL ENTORNO ¡Qué díficil de aplicar cuando parece que todo te está agrediendo! EL TRABAJO, si existiera o existiese.
Pero, ¿cómo hemos llegado a esta situación? ¿cómo hemos permitido que todo se haya venido abajo de esta forma?. Evidentemente, no se llega aquí de un día para otro, la situación actual obedece a una serie de pequeñas concesiones progresivas a los valores que tuvimos. Todas esas pequeñas concesiones, todas las veces que hemos cerrado los ojos o hemos mirado a otro lado nos han pasado factura. Durante los años de bonanza ha sido fácil hacer concesiones a la justicia, a la libertad y a un millón de cosas más…en definitiva, no tenían gran influencia en nuestras vidas: Nos iba bien, ¡qué pereza! ¿para qué vamos a liarla ahora si nos va bien?. Por otra parte, también hemos mordido los anzuelos que nos han ido echando por el camino, nos hemos cebado en los pequeños – o grandes- escándalos que la política y la sociedad nos han ofrecido y el árbol no nos ha dejado ver el bosque. Este bosque, ahora lleno de maleza, es el verdadero problema, no el árbol.
No seamos tan hipócritas de echar la culpa de la situación actual exclusivamente a banqueros y políticos que sí, tienen una parte de culpa, pero solo conseguiremos retrasar la búsqueda de soluciones si no asumimos la nuestra y grande, por imbéciles, por haber mordido el anzuelo y encima estar contentos por habernos comido el gusano que en él había.
Tenemos motivos para estar indignados sí, pero también con nosotros mismos.